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miércoles, 18 de enero de 2012

La sociedad del miedo, el Estado y la academia del crimen


Carlos Pineda
Sociólogo

18 de enero de 2012

El miedo, desde una perspectiva sociológica, es una construcción social. Es el producto de las relaciones sociales entre las personas. Es interno y se expresa como un sentimiento de temor; no obstante,  se desarrolla fundamentalmente a partir de la experiencia en nuestro entorno social. En la época que vivimos, el miedo social es el tipo más generalizado de todos los miedos. La violencia, una forma de relación social, ha construido una forma particular de sociedad: la sociedad del miedo.

Desde niños tenemos miedo y lo seguiremos desarrollando toda la vida. Lo enseñaron nuestros padres, personas cercanas y otras personas, en otros ámbitos de acuerdo a nuestras experiencias. El miedo se aprende con la práctica y con el discurso: “El diablo es malo”, “al niño que mienta se le crece la nariz”, “el niño que llora no es hombre”, “el Estado es poderoso”, “La policía es quien tiene las armas”, “el pecado nos lleva al infierno”, etc. La insistencia o repetición hizo que el miedo fuera parte de nuestras vidas. Con el refuerzo, también se aprende el miedo; esto es, acompañado de una sanción o castigo físico, moral o sicológico.

Con frecuencia cometemos el error de considerar el miedo únicamente como algo innato o producto de nuestra naturaleza humana. O como algo necesario para la sobrevivencia de los seres humanos. Ciertamente, en muchos casos obedece a factores sicológicos y a instintos primarios.

Por otro lado, los medios masivos de comunicación, especialmente la televisión y la prensa amarillista, generalizan y aumentan el miedo. También, los mitos y las creencias, como verdades irrefutables, impactan en nuestros miedos. En algunos momentos, puede llegar a expresarse en forma de pánico, angustia, pavor, estrés y silencio. Una población con mucho miedo puede enfermar y puede perder ciertas facultades; además, le quita el hambre, trastorna sus hábitos y rompe las rutinas cotidianas.

El miedo se convirtió en un mecanismo de control social efectivo que utilizaron y siguen utilizando los distintos gobiernos, aunque no siempre con éxito. Generar temor es una de las funciones no explícitas del Estado. Los gobernantes usan la estrategia del miedo para mantenerse en el poder. Restringen y reprimen la movilización social, asesinan o secuestran y desaparecen a sus opositores; limitan la participación de las personas en los espacios democráticos, etc.

La violencia que vivimos los hondureños desde hace dos décadas (Gobierno neoliberal de Rafael Callejas), pero que se ha agudizado en los últimos diez años, ha generado mucho miedo. La violencia ha provocado dos situaciones. Por un lado, ha hecho parecer el miedo como inevitable, como producto de fuerzas externas y alejadas de la capacidad de respuesta policial. Y por otro, el miedo ha contribuido a ver la violencia como “natural”. La población se ha acostumbrado a ella, junto a un sentimiento de resignación.   

La inseguridad es generada por la violencia. Cuando el miedo aumenta es porque percibimos más violencia, por lo tanto, mayor inseguridad. En octubre de 2011, el Observatorio de la Violencia informó que Honduras tenía una tasa de homicidios de 82.1 por cada cien mil habitantes y estimó seguidamente que el año cerraría con una tasa de 86 homicidios. En 2010 fue de 77.5 homicidios por cada cien mil habitantes. La proyección para 2011 fue de 6,753 homicidios, lo que significa un aumento interanual de 514 homicidios. El promedio diario es de 18 homicidios y de 3 homicidios cada cuatro horas. En algunos países desarrollados una sola muerte genera un escándalo. En Honduras apenas nos inmutamos. Sin embargo, no quisiéramos ser víctimas. Eso sí nos da miedo.

Recientemente, entidades públicas y los medios informaron sobre la participación de altos mandos y de mandos intermedios de la policía en diferentes actos delictivos, que van desde el secuestro, extorsión, robo de vehículos, sicariato y narcotráfico. Esto es una prueba de que los ciudadanos estamos indefensos ante la violencia generalizada.

En otro sentido, cuando esos oficiales de la policía fueron formados e instruidos por el mismo Estado para agredir, violentar los derechos fundamentales y generar miedo, comprueba que ese Estado, en su totalidad, no funciona bien, se ha distorsionado y, por lo tanto, merece cambiarlo.

Si una institución tan importante en la concepción del Estado liberal o republicano no cumple su función, es porque las demás no ejercieron el debido control. Significa, que esas otras instituciones tampoco funcionan. Al conjunto de ellas (incluyendo a la Policía), se le llama Estado.

En una perspectiva crítica y con una mirada más amplia puesta sobre las instituciones, tales como: el Congreso Nacional, las Fuerzas Armadas, el Poder Judicial, el Ministerio Público, el Comisionado de Derechos Humanos (ombudsman o “defensor del pueblo”), entre otras instituciones, nos encontraremos con irregularidades, politización, corrupción, abuso, negligencia e irrespeto a las leyes.

¿Qué Estado tenemos los hondureños? Un estado represor, abusivo, clientelar, inoperante y corrupto. Y para muchas voces, estamos peligrosamente ante la presencia de un narcoestado. En este momento Honduras podría reunir los quince criterios que la Oficina de las Naciones Unidas para la Droga y el Delito establece para la existencia de un narcoestado. Si Puerto Rico, un Estado Asociado a los Estados Unidos, está en riesgo de convertirse en narcoestado, que decir de nuestro país (www.elnuevodía.com, 2011).

Por todo lo anterior, muchos tienen miedo. Esa estrategia ha funcionado. Pero no para siempre, ni para todos. Lo pudimos ver y sentir en los meses subsiguientes al Golpe de Estado de 2009. Desde aquellos momentos de gran manifestación y de represión, comenzó a surgir, a nacer o construirse en la población un sentimiento de valor y de fuerza. En niñas, niños, jóvenes y adultos se manifestó la preocupación de cómo superar la crisis y el miedo. La esperanza está en el horizonte, pero hay que luchar por ella. Si el miedo se construye, también se desaprende o desconstruye. “¿Quién dijo miedo?”.

Si la policía requiere una depuración profunda, reforma o la generación de una nueva, el Estado total también lo merece. Porque si no se hace esa transformación del Estado,  pasaran cinco años y tendremos no solamente mayor violencia, sino una situación de mayor crisis social y política que la que tenemos desde junio de 2009.

La Academia Nacional de Policía, es una institución que buscaba la formación teórico-práctica de los policías para velar y asegurar la integridad física de las personas y de sus bienes. Pero los hechos evidencian que se convirtió en la Academia del Crimen. La ANAPO formó policías desde hace mucho tiempo. Habría que investigar si las promociones de los oficiales involucrados en actos delictivos y criminales o la creación de la ANAPO tienen alguna relación directa con el inicio del incremento de la criminalidad en el País.  

El miedo estresante, la inseguridad y la violencia es culpa directa de la policía que no cumplió las funciones asignadas. Siendo la policía parte del Estado, entonces éste en un sentido más general es el responsable y debe resarcir el daño. Porfirio Lobo Sosa, como representante del Estado, lo menos que debe hacer es pedir perdón a todos los habitantes del país que han sufrido directa o indirectamente la violencia; es decir, a los más de ocho millones de hondureñas y hondureños. 

El Estado ha colapsado. Las instituciones no funcionan como debe ser porque están en crisis, la cual se extiende a todos los ámbitos sociales. Aunque la crisis fue llevada del Estado a la sociedad y no a la inversa, ahora la sociedad tiene la responsabilidad de resolverla.

Aquí pierde sentido aquella frase: “Cada nación tiene el gobierno que se merece” (Joseph de Maistre). No tiene sentido, por dos razones fundamentales: los ciudadanos que eligieron a sus autoridades lo hicieron porque creyeron en lo que aquellos dijeron cuando andaban en campaña o por la tradición política trasmitida de padres a hijos, que inspirada en hitos, momentos excepcionales o ideales, consideran a sus partidos y líderes políticos  como lo mejor. Sin embargo, los ciudadanos hondureños fuimos traicionados y llevados a la primera gran crisis política del siglo XXI. Por lo tanto, no nos merecemos el gobierno y el Estado que tenemos.

El Estado fracasado, al igual que el miedo y la Academia del crimen pueden ser superados. Al Estado, hay que reconstruirlo o refundarlo, tarea que puede estar en marcha; el miedo debe desaprenderse o desconstruirse, a través de una educación transformadora y proyectos participativos de prevención social de la violencia; y, la Academia del Crimen (ANAPO) ha de desaparecer para dar paso a una Escuela de Policía Comunitaria, que forme policías que respeten los derechos humanos y rinda cuentas a los ciudadanos y ciudadanas.

El miedo implica menos libertad. La libertad no es dada por la Ley o por la “naturaleza humana”; es un valor que pertenece a la cultura, que es producida socialmente. La libertad es el producto de liberarse, de romper con las ataduras, de rebelarse. Es tener la posibilidad de desarrollar la sociabilidad y las potencialidades humanas.

Las personas serán libres, si aprenden a desenvolverse con autonomía en todos los ámbitos sociales, creyendo que eso lo merecen por su condición humana. Para ello, debe haber un entorno seguro que brinde garantías para su existencia digna, humana. Garantizar la libertad es una necesidad imperiosa y una función del Estado, pero actualmente no es capaz de brindar.

Una educación liberadora puede contribuir a superar el miedo a hablar. A desarrollar la habilidad de opinar y pensar dialécticamente. Una educación en perspectiva histórica, dialógica, teórico-práctica, integral, que identifique lo contradictorio y lo alternativo. En síntesis, que permita pensar la realidad social en movimiento permanente, hacia momentos mejores como producto de la acción consciente y transformadora. Todo esto requiere un compromiso con el país y una actitud optimista y esperanzadora.

La sociedad aprenderá la lección de no confiar ciegamente en los políticos o autoridades y dejar que hagan lo que hicieron sin ningún control desde el Estado. La sociedad debe controlar al Estado (y no a la inversa). Cuando eso suceda, estaremos ante una nueva sociedad: democrática, participativa, deliberativa, vigilante, crítica y propositiva. Y ante un nuevo Estado: respetuoso de los derechos, abierto al diálogo, tolerante, transparente, equitativo y justo.  


Bibliografía.
www.elnuevodía.com. (12 de Diciembre de 2011). Un país bajo la bota del narcotráfico. Puerto Rico.

1 comentario:

  1. En una sociedad donde todo está al alcance de un estirón de manos, se vuelve tan complejo pensar en libertades e igualmente en respeto hacia las mismas. El miedo como ya usted lo decía es un constructo social, encarnado y condicionando por el cambiante entorno de interacción que el individuo como ser social vive y reproduce, por lo tanto, la sociedad está basada en principios y teorías sustentadas en los miedos personales que no son más que un reflejo de los temores colectivos que experimenta el ser humano, el ser social actual, desgraciadamente cada vez mas lejos de la interacción grupal, sustituyendo la misma por la interacción virtual o anulando a totalidad dicho proceso.

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